Misteriosa Buenos Aires…

Margaritas
La mayor parte de las florecillas del campo, por lo menos en la provincia de Buenos Aires, no tienen nombre. Me refiero al nombre vulgar, tan sabroso, tan único. Amarillas, rojas, azules, lilas, ahí están entre las hierbas mansas y los cardos temibles, tristes porque uno no sabe llamarlas. Si se pregunta algo al respecto, las gentes os dicen que son margaritas. Acostumbrados los hombres a mirar a lo lejos y a lo alto, a contar rebaños y toneladas, aún no han bajado los ojos ávidos hasta las flores silvestres que rozan su botas. Aún no han sabido conquistar, por pétalos bautizados, la tierra que pisan tan orgullosamente.

Sortijas
…Hay momentos en que me excito hasta el paroxismo. Ante un paisaje, ante cualquier paisaje. Ante el paso de una mujer por la bocacalle más remota. Ante un pliegue de una película. Ante una noticia periodística, de orgullo o humildad, leída en la mitad de un ómnibus. Salgo entonces fuera de mí mismo: se agolpan las lágrimas a mis ojos, se aprietan mis puños y juro empezar al otro día una existencia original, recóndita, fugitiva. Por el instante resumo esos ímpetus quietos, estas ambiciones sin alas, en un solo deseo: comprarme una sortija maravillosa.

Bailarines Rusos
Estos tres bailarines de oro y seda, recorren al compás de una música triste las tablas grises. Al fondo hay una vaga estepa, con pinos y abetos y los correspondientes flecos de nieve. Es algo más que tristeza lo que tienen: es una especie de timidez, de miedo. Pero, de pronto, se yerguen y giran sobre las puntas de los pies, esbeltos, estirados y, para más esbeltez, las melenas rubias se ahuecan al aire, mientras los brazos se pegan al cuerpo. Toda la platea se ha enderezado con ellos. Es decir, yo juzgo por mí. Ahí están los tres bailarines girando incansablemente, como enloquecidos, como si tuvieran cuerda para siempre. Tres tomillos de luz empeñados en agujerear el pavimento.